Dado el innegable apoyo electoral
que ha recibido la política de seguridad llevada a cabo desde el 2002 en Colombia. Es necesario revisar los motivos por los cuales las personas aún votan por este proyecto político que ha demostrado estar lleno de manos sucias y corazones para nada grandes. Tanto así que, bajo la idea de que para hacer política hay que ensuciarse las manos, vemos cómo muchos tratan de limpiar las manos sucias de su político preferido y de ganarse su gran corazón. Según argumentan, El político debe tener mano dura, capacidad y frialdad de saltar las vías del derecho para infundir miedo y decidir constantemente sobre cuestiones como la vida y la muerte de algunos o muchos de sus ciudadanos, ya que de él dependen asuntos tan importantes como la guerra y la paz. Y dado el innegable conflicto interno colombiano, la guerra les parece ser la única opción para la paz.
La guerra implica muerte, pero la paz no siempre implica vida. Elegir la paz, la paz armada que proponen los de las manos sucias, es elegir la guerra misma. La paz que nos ofrecen estos señores es una paz corrupta y sin corazón, donde la seguridad y la paz se dan bajo la lógica del miedo: limpiezas sociales. paraestados y vigilancias privadas a cargo de ‘los pelaos del barrio’ -tal y como lo demuestra todo el proceso paramilitar y el actual “neoparamilitarismo”- y no promueven una paz bajo la lógica incluyente y democrática que debe tener todo proyecto de Estado-Nación o por lo menos de república.
Esa es la paz que actualmente tenemos en los barrios de las ciudades, una paz llena de miedos y conflictos por el accionar de diferentes Bandas criminales o “neoparamilitares”, ladrones y fleteros. Esta es una paz armada que está demostrando su capacidad para desbordar y contradecir eso que llaman “seguridad democrática”, ya que para sacar las milicias, llenaron a los jóvenes de armas y les dieron ciertos barrios populares para que “cuidaran” la seguridad y la democracia. Y hoy, son ellos mismos los que atentan contra esos principios sembrando miedo, narcotráfico y guerra. ¿cómo sería posible la seguridad y la democracia en este contexto?
Ha cambiado mucho con la seguridad democrática. La salud no es lo mismo, ni la educación, ni la cultura, no solo porque ha cambiado el tiempo, el número de gente y la tecnología, sino también porque ha cambiado la política. Todas las políticas de bienestar han sido abandonadas por hacer y promover un modelo político sin corazón (neoliberalismo) y una política belicista donde la dialéctica ‘amigo-enemigo’ es el principio de inclusión.
En este sentido, los de las manos sucias insisten en que la realidad política colombiana es herencia de toda una historia de desigualdades, conflictos, masacres y miedos que hacen de la política de seguridad democrática un mal que por bien viene; una necesidad urgente para poder lograr lo que una vez se pactó en ralito: “refundar la patria”. A través de la recuperación del orden público y el monopolio de la violencia por parte de las autoridades estatales, e indirectamente, por las autoridades para-estatales.
El estado ha sido víctima de estas apreciaciones y con él, toda la población que lo conforma. Donde el miedo se ha convertido en ideologia. Tanto así que incluso es por miedo, más que por afecto o razón, por lo que muchos aún creen en la seguridad democrática. Un miedo promovido hacia un enemigo común que se recrea y utiliza para asegurar la cohesión de los propios y el reconocimiento de los diferentes. El miedo a la guerrilla; la aplicación y recreación del concepto de terrorismo; la gran propaganda mediática en contra las ideas de corte social que promueven miedo y hostilidad hacia éstas, ha llevado consigo la estigmatizacion del campesinado, del pobre, del crítico, de la oposición.
Cabe destacar que el miedo es lo que mas alimenta al poder, Y un poder que se piense liberal seguramente no estará basado en el miedo. Lo que hay entonces es una suerte de tiranía. La historia ha retrocedido hasta las lógica Hobbesianas, donde el miedo es el fundamento del Estado, y por tal un Estado es, por naturaleza y criterio, hostil. Esto es, solamente dispuesto a infundir miedo. Ahora bien, el miedo no es el mismo para todos, está el miedo que se infunde en los civiles y sumisos, el medio que se infunde en los civiles que son hostiles y rebeldes, y el miedo que sienten los que buscan protección del Estado. En los primeros, el miedo es más que todo económico, que lo echen del trabajo. Es allí donde el Estado, por medio de la economía, produce y reproduce mecanismos de control. El segundo es un miedo más material, un miedo a ser víctima de la violencia que el Estado es capaz de generar, un miedo comparable con el terror que se crea para intimidar y mantener el control. Y el tercero, el miedo al miedo, donde los cobardes y adinerados se juntan y acaparan el Estado para que sean ellos los beneficiarios del miedo, y nunca más las víctimas. En este sentido, podría decirse que el tipo de miedo depende de la clase, pero que solo una clase depende del miedo para poder mantenerse.
La dialéctica amigo-enemigo quizá sea la teoría política que más se acerque a la realidad que los de las manos sucias le dieron a Colombia. Una realidad política donde los amigos no son una comunidad o fraternidad especifica, sino, en términos de Carl shmitt “la sustancia misma de la igualdad” Esto quiere decir que la amistad es cuestión de homogeneidad más que de fraternidad. Por tanto, el corazón grande o la amistad de los de las manos sucias, no son para todos, sino para una comunidad política homogénea, y bien sabemos todos que Colombia, por gracia existencial y desgracia política, no es una comunidad política homogénea, que solo son homogéneos los que adoptan o tienen las condiciones de adoptar la lógica burgués.
Ahora bien, Siendo entonces la amistad cuestión de Homogeneidad. La enemistad sería cuestión de diferencia, y es allí donde reside el mayor problema. Ya que la diferencia es, por historia, una realidad tangente en la población colombiana, no solo en términos raciales, sino también en términos de ideologia, identidad y territorio. Esta diversidad cultural, ideológica y étnica en Colombia representa un serio inconveniente para llevar a cabo eso de “refundar la patria” a través de políticas de seguridad democrática, por lo que un proceso de homoenizacion de la población parece ser el unico camino para la paz.
Igualmente, aunque un Estado sea una gran conformación de amigos, en esencia lo que los funda o los hace agruparse como tal, es sobre todo un enemigo común y no tanto una idea común. Esto quiere decir que la enemistad, más que la amistad, es el fundamento de éste Estado. Donde las logicas violentas y no tanto las de paz son las que más se usan para buscar o promover cohesión dentro de un conglomerado político. De tal manera que el crecimiento de esa comunidad política de amigos que acá llamamos Estado es directamente proporcional a la expansión de la doctrina del miedo.
La realidad política y económica de Colombia solo es liberal cuando se apela a eludir temas de bienestar. Para ellos el mayor bienestar es la seguridad, por tanto hay que apostarle al aumento de la autoridad y de autoridades, para-estados y vigilancias privadas más que al aumento de la educación y buenos educadores. Aparentemente tienen razón, algo de razón, una razón al mejor estilo maquiavélico y Hobbesiano, más no se puede decir lo mismo del corazón, corazón no tienen. Desde lógicas políticas humanistas, como las del derecho o justicia, estos señores para nada tienen corazón grande. Está bien que el conflicto político y social en Colombia es tangente y obliga al Estado a intervenir, pero ello no quiere decir que el Estado responda solo a esa problemática. Ya que, así como hay guerra que ejecutar, también hay una suerte de paz que administrar, y la paz se administra apostándole a la primacía del Derecho, la justicia, el bienestar, la pedagogía, el deporte y la cultura.
La paz no depende del fin del conflicto con la guerrilla, ni de la presencia de uno u otro partido o movimiento en las esferas del poder ejecutivo y/o legislativo. Tampoco depende del proceso de paz adelantado en la Habana. La paz depende de un cambio de paradigma, de darnos tiempo, de pasar la página, de empezar a limpiar los ojos para poder ver con claridad las manos sucias que permean al Estado y así poder empezar, de una vez por todas, una política para la paz, en vez de seguir en una política para la guerra.
que ha recibido la política de seguridad llevada a cabo desde el 2002 en Colombia. Es necesario revisar los motivos por los cuales las personas aún votan por este proyecto político que ha demostrado estar lleno de manos sucias y corazones para nada grandes. Tanto así que, bajo la idea de que para hacer política hay que ensuciarse las manos, vemos cómo muchos tratan de limpiar las manos sucias de su político preferido y de ganarse su gran corazón. Según argumentan, El político debe tener mano dura, capacidad y frialdad de saltar las vías del derecho para infundir miedo y decidir constantemente sobre cuestiones como la vida y la muerte de algunos o muchos de sus ciudadanos, ya que de él dependen asuntos tan importantes como la guerra y la paz. Y dado el innegable conflicto interno colombiano, la guerra les parece ser la única opción para la paz.
La guerra implica muerte, pero la paz no siempre implica vida. Elegir la paz, la paz armada que proponen los de las manos sucias, es elegir la guerra misma. La paz que nos ofrecen estos señores es una paz corrupta y sin corazón, donde la seguridad y la paz se dan bajo la lógica del miedo: limpiezas sociales. paraestados y vigilancias privadas a cargo de ‘los pelaos del barrio’ -tal y como lo demuestra todo el proceso paramilitar y el actual “neoparamilitarismo”- y no promueven una paz bajo la lógica incluyente y democrática que debe tener todo proyecto de Estado-Nación o por lo menos de república.
Esa es la paz que actualmente tenemos en los barrios de las ciudades, una paz llena de miedos y conflictos por el accionar de diferentes Bandas criminales o “neoparamilitares”, ladrones y fleteros. Esta es una paz armada que está demostrando su capacidad para desbordar y contradecir eso que llaman “seguridad democrática”, ya que para sacar las milicias, llenaron a los jóvenes de armas y les dieron ciertos barrios populares para que “cuidaran” la seguridad y la democracia. Y hoy, son ellos mismos los que atentan contra esos principios sembrando miedo, narcotráfico y guerra. ¿cómo sería posible la seguridad y la democracia en este contexto?
Ha cambiado mucho con la seguridad democrática. La salud no es lo mismo, ni la educación, ni la cultura, no solo porque ha cambiado el tiempo, el número de gente y la tecnología, sino también porque ha cambiado la política. Todas las políticas de bienestar han sido abandonadas por hacer y promover un modelo político sin corazón (neoliberalismo) y una política belicista donde la dialéctica ‘amigo-enemigo’ es el principio de inclusión.
En este sentido, los de las manos sucias insisten en que la realidad política colombiana es herencia de toda una historia de desigualdades, conflictos, masacres y miedos que hacen de la política de seguridad democrática un mal que por bien viene; una necesidad urgente para poder lograr lo que una vez se pactó en ralito: “refundar la patria”. A través de la recuperación del orden público y el monopolio de la violencia por parte de las autoridades estatales, e indirectamente, por las autoridades para-estatales.
El estado ha sido víctima de estas apreciaciones y con él, toda la población que lo conforma. Donde el miedo se ha convertido en ideologia. Tanto así que incluso es por miedo, más que por afecto o razón, por lo que muchos aún creen en la seguridad democrática. Un miedo promovido hacia un enemigo común que se recrea y utiliza para asegurar la cohesión de los propios y el reconocimiento de los diferentes. El miedo a la guerrilla; la aplicación y recreación del concepto de terrorismo; la gran propaganda mediática en contra las ideas de corte social que promueven miedo y hostilidad hacia éstas, ha llevado consigo la estigmatizacion del campesinado, del pobre, del crítico, de la oposición.
Cabe destacar que el miedo es lo que mas alimenta al poder, Y un poder que se piense liberal seguramente no estará basado en el miedo. Lo que hay entonces es una suerte de tiranía. La historia ha retrocedido hasta las lógica Hobbesianas, donde el miedo es el fundamento del Estado, y por tal un Estado es, por naturaleza y criterio, hostil. Esto es, solamente dispuesto a infundir miedo. Ahora bien, el miedo no es el mismo para todos, está el miedo que se infunde en los civiles y sumisos, el medio que se infunde en los civiles que son hostiles y rebeldes, y el miedo que sienten los que buscan protección del Estado. En los primeros, el miedo es más que todo económico, que lo echen del trabajo. Es allí donde el Estado, por medio de la economía, produce y reproduce mecanismos de control. El segundo es un miedo más material, un miedo a ser víctima de la violencia que el Estado es capaz de generar, un miedo comparable con el terror que se crea para intimidar y mantener el control. Y el tercero, el miedo al miedo, donde los cobardes y adinerados se juntan y acaparan el Estado para que sean ellos los beneficiarios del miedo, y nunca más las víctimas. En este sentido, podría decirse que el tipo de miedo depende de la clase, pero que solo una clase depende del miedo para poder mantenerse.
La dialéctica amigo-enemigo quizá sea la teoría política que más se acerque a la realidad que los de las manos sucias le dieron a Colombia. Una realidad política donde los amigos no son una comunidad o fraternidad especifica, sino, en términos de Carl shmitt “la sustancia misma de la igualdad” Esto quiere decir que la amistad es cuestión de homogeneidad más que de fraternidad. Por tanto, el corazón grande o la amistad de los de las manos sucias, no son para todos, sino para una comunidad política homogénea, y bien sabemos todos que Colombia, por gracia existencial y desgracia política, no es una comunidad política homogénea, que solo son homogéneos los que adoptan o tienen las condiciones de adoptar la lógica burgués.
Ahora bien, Siendo entonces la amistad cuestión de Homogeneidad. La enemistad sería cuestión de diferencia, y es allí donde reside el mayor problema. Ya que la diferencia es, por historia, una realidad tangente en la población colombiana, no solo en términos raciales, sino también en términos de ideologia, identidad y territorio. Esta diversidad cultural, ideológica y étnica en Colombia representa un serio inconveniente para llevar a cabo eso de “refundar la patria” a través de políticas de seguridad democrática, por lo que un proceso de homoenizacion de la población parece ser el unico camino para la paz.
Igualmente, aunque un Estado sea una gran conformación de amigos, en esencia lo que los funda o los hace agruparse como tal, es sobre todo un enemigo común y no tanto una idea común. Esto quiere decir que la enemistad, más que la amistad, es el fundamento de éste Estado. Donde las logicas violentas y no tanto las de paz son las que más se usan para buscar o promover cohesión dentro de un conglomerado político. De tal manera que el crecimiento de esa comunidad política de amigos que acá llamamos Estado es directamente proporcional a la expansión de la doctrina del miedo.
La realidad política y económica de Colombia solo es liberal cuando se apela a eludir temas de bienestar. Para ellos el mayor bienestar es la seguridad, por tanto hay que apostarle al aumento de la autoridad y de autoridades, para-estados y vigilancias privadas más que al aumento de la educación y buenos educadores. Aparentemente tienen razón, algo de razón, una razón al mejor estilo maquiavélico y Hobbesiano, más no se puede decir lo mismo del corazón, corazón no tienen. Desde lógicas políticas humanistas, como las del derecho o justicia, estos señores para nada tienen corazón grande. Está bien que el conflicto político y social en Colombia es tangente y obliga al Estado a intervenir, pero ello no quiere decir que el Estado responda solo a esa problemática. Ya que, así como hay guerra que ejecutar, también hay una suerte de paz que administrar, y la paz se administra apostándole a la primacía del Derecho, la justicia, el bienestar, la pedagogía, el deporte y la cultura.
La paz no depende del fin del conflicto con la guerrilla, ni de la presencia de uno u otro partido o movimiento en las esferas del poder ejecutivo y/o legislativo. Tampoco depende del proceso de paz adelantado en la Habana. La paz depende de un cambio de paradigma, de darnos tiempo, de pasar la página, de empezar a limpiar los ojos para poder ver con claridad las manos sucias que permean al Estado y así poder empezar, de una vez por todas, una política para la paz, en vez de seguir en una política para la guerra.
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